Dedico este post a mi hermana, porque su nombre, DAVÍNIA, me recuerda el concepto de divinidad, de lo femenino, de la conexión con el chakra espiritual.
Cuando escuché este concepto, hace tiempo, en un curso de Aurosoma con Cristina Campos, me quedé gratamente sorprendida por el término. Fue una sensación como si me hablaran de algo ya conocido. Anteriormente, en mi juventud, había estudiado el libro sobre la cristiana mística abadesa, Madre Hildegard, y también habían caído en mis manos, libros y manuscritos sobre la vida y la espiritualidad de Machig Labdron y otras místicas yoguis de la India y Tíbet.
La energía femenina, tan maravillosa como lo puede ser la energía masculina, y tan importante desarrollarla, porque la una sin la otra son como un animal sin rumbo, a la deriva. Curiosamente, aunque haya usando este símil, la reflexión me lleva a pensar que los animales rara vez van a la deriva porque lo más normal es que siempre sepan hacia dónde se dirigen. Sin embargo entre los humanos, cuántas veces alzamos la vista y nos encontramos perdidos. Yo misma, en más de una ocasión, me he preguntado hacia dónde iba, hacia dónde iba mi vida y qué rumbo debía tomar. Es curioso, también, lo difícil que es aceptar un cambio de rumbo en nuestras vidas. Lo que queremos hacer, siempre decidimos que ya lo haremos, o sencillamente, consideramos que es algo que no podemos hacer por inverosímiles verdades que nos decimos a nosotras mismas.
Debo confesar que me encanta escribir en género femenino. Me gusta usar la terminación que identifica nuestro genero. Deberíamos buscar una forma de identificar ambos géneros con una terminación neutral para todos, eso sería promover la inclusión y evitar la exclusión. A mi, me es cansino tener que escribir desde el genero masculino, pero tampoco quisiera que el genero masculino se sintiera excluidos de mis escritos; aun así, ¡qué lindo es usar la A!.
En algunas tradiciones místicas, como en el budismo tibetano, la A es la letra primordial y se dice que es el sonido que engloba todas las enseñanzas de Buda. Aquí en occidente, cuando hablamos del sonido sagrado, mi mente evoca la imagen de un tambor resonando en la solemnidad de un círculo.
Sílaba A tibetana Imagen: hermandadblanca.org |
La energía femenina se centra en esa A, en el sonido primordial que unifica la energía de lo circular, de lo cíclico, de la sabiduría ancestral que corre por nuestras venas y nos identifica. Cuántas de las que somos madres sabemos, instintivamente, lo que le ocurre a nuestros hijos. Pueden decirnos, una y otra vez, que no les sucede nada, pero esa sensación en nuestro fuero interno late con una fuerza tal que nos impide relajarnos hasta que nuestro instinto o conocimiento interior nos dice que, de nuevo, nuestros hijos están bien.
Cualquier mujer, sea o no madre, cuántas veces puede tomar decisiones o dirigir a su familia para el logro de ciertos objetivos. Y si esos dones y energía maravillosa la compartimos e impulsamos mediante la energía de grupo, cuántos mayores logros obtenemos para nosotras y para toda la sociedad en general.
Hay un dicho que reza: madre sólo hay una, y otro que dice: cuando una es madre, se convierte en madre de toda la humanidad. Podríamos extrapolar estas afirmaciones a la mujer en general, a su magia basada en los ciclos, en la conexión con la tierra, en la toma de tierra como engranaje básico a la espiritualidad.
Es nuestro legado y es lo que transmitimos al mundo, y debemos reconocérnoslo y sanarlo para poder devolverlo.
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